El Templo y yo: Mi testimonio

Este artículo fue aportado por un miembro local de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Los puntos de vista expresados pueden no representar los puntos de vista y posiciones de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Para el sitio oficial de la Iglesia, visite iglesiadejesuscristo.org.
por María Arcidiacono
Me encanta el templo. Tengo que ir seguido, para tenerlo como destino de viaje constante.
Si no lo hiciera, la difícil tarea de lidiar con el ajetreo de mis días
podría alterar el equilibrio y la armonía que me esfuerzo por mantener en mi vida.
El vacío es parte de mi existencia actual, pero si trato de llenarlo, entonces me siento
aplastado por todas las cosas que tengo que hacer. Y luego, si trato de relajarme con las redes sociales, el
la confusión va del espíritu a la mente, porque aún leyendo varios post hay tantas opiniones contradictorias y teorías absurdas, que es difícil saber qué está bien y qué está mal.
Y así voy al templo, y allí me acuerdo de quién soy y de dónde vengo, y cuál será el destino de todo ser humano que se vuelve a Dios como una planta se vuelve al sol que la nutre. Me recuerda el valor de los seres humanos y de las familias que se pueden unir a través de los siglos. Y luego recuerdo los convenios que hice en el templo y el Espíritu que sentí al hacerlos. Hice convenio con el Señor, pero era el templo suizo. Los recuerdos ayudan.
En mis primeros años me fijé metas, hice planes, medité y oré sobre muchas cosas, y eso me convirtió en una persona diferente.
Ahora ya no soy tan joven, vivo el día a día. Tantas cosas han cambiado para mí con el advenimiento de la era de la sabiduría, pero nunca he dejado de recordar los convenios que hice con el Padre. Nunca dejé de observarlos.
Pero ahora disculpe, tengo que bajarme del autobús, estamos frente al templo.